Cautivos, entusiastas y devotos

¿No suena extraordinario que Héctor Timerman, nuestro canciller “judío”, anuncie que la Argentina reconoce a Palestina como un Estado soberano?

También es extraordinario: que el martes pasado, en Página/12, Luis Bruchstein escriba: “En Medio Oriente el pueblo judío, que venía de una larga diáspora, convirtió a los palestinos en los judíos del mundo árabe”. Eso es la fraternidad de reconocerse en el otro. Hay más hechos o dichos extraordinarios: por ejemplo, que el presidente Lula haya recordado a Néstor Kirchner como “el Maradona” de la política. No es extraordinario que lo haya dicho Lula ni que el ex presidente argentino sea merecedor de elogios. Lo extraordinario es la comparación metafórica con un mito popular contradictoriamente grande. Porque como referencia no suena correctamente republicana.

Igualmente extraordinario es que el radicalismo, a través de Ricardo Alfonsín, esté buscando un “frente progresista”. ¿Cómo, así de golpe, y mientras su correligionario Sanz, el que demonizó a la asignación universal por hijo como auspiciante del “paco”, se incluye en la competencia de candidatos? Uno espera que el radicalismo sepa tantear hacia la izquierda, si aún le es posible un giro tan extremadamente opuesto a su actual ubicación ideológica. Lo extraordinario -en este caso- es que lo esté buscando. Pero si hace veintiséis años lo había encontrado. Es que en aquellos tiempos la ideología era fácil: bastaba con ser modestamente democrático. Más extraordinario es que el Partido Obrero no haga honor a su nombre sumando obreros; o que Francisco de Narváez ande rumiando que volvería al kirchnerismo. ¿Cómo, acaso se puede volver de donde nunca se estuvo?

Por eso lo extraordinario es lo contrario de lo ordinario. No lo es que Mario Vargas Llosa, en vísperas de la ceremonia del Premio Nobel, diga que “Resucitaría a Borges para darle el premio”. Es obvio. Es como que Obama reconozca a Luther King. En cambio lo de Wikileaks que empezó al revés -como algo extraordinario- se volvió ordinario. La detención del corsario virtual -Julián Assange- no sorprende ¿Por qué razón iba a zafar del embrollo? Bastante es que se ande escapando Bin Laden.

Ni siquiera es extraordinario que se haya revelado que la embajada norteamericana tenía -o tiene- aquí periodistas “cautivos”. No involuntariamente, claro. Sino, al contrario, entusiastas y devotos. Copio, por asociación rápida de ideas, este párrafo de Joaquín Morales Solá respecto del caso Wikileaks: “Un alto funcionario de Washington le aseguró a un político argentino (que lo llamó preocupado por las filtraciones de Wikileaks) que los mensajes cifrados que se fugaron pertenecen sólo al nivel menos seguro del Departamento de Estado. Habría dos niveles más altos de seguridad que no fueron perforados”.

¿Viste? O los otarios argentinistas se iban a creer que el Imperio es pan comido. Lo ordinario de este supuesto es que lo desliza Morales Solá. Lo extraordinario es que para no disimular su pertenencia cautiva nos hace saber que “él sabe” que la seguridad del Imperio tiene otros niveles inviolables. Que no se hagan ilusiones: que lo que pirateó Wikileaks son divertimentos.

No obstante Morales Solá deja interrogantes flagrantes: ¿quién es el alto funcionario estadounidense al que cita como fuente, quién es el político argentino que lo consultó y cómo le hicieron saber a él -a Morales Solá- que el Departamento de Estado tiene dos niveles más altos de seguridad? A ver si a él sólo ahora le dejan saber de Wikileaks y le cortan el chorro en los otros dos niveles.

Quedaría como el gaucho al que “lo desvela una pena extraordinaria”, siguiendo el canto del Martín Fierro. Porque para un cautivo no hay pena más extraordinaria que lo desdeñen sus captores, por más que él ruegue que no lo suelten. Es que un periodista con pase al palier del Departamento de Estado no debería abusarse de la confianza que le dispensan.

Yo tampoco de la desconfianza que me tengo a mí mismo, porque en cualquier momento digo algo inconveniente. Eso sí: sin ningún peso histórico. ¿Saben? Yo no estoy harto de los derechos humanos, ni de la Unasur, ni de que descubran yacimientos gasíferos extraordinarios gracias al culo roto que tiene este Gobierno (Evo Morales debe de estar puteando en lengua originaria); tampoco estoy harto de que la Presidenta ante la chance de ganar en primera vuelta -y sin necesidad de vestirse de viuda- quiera ayudar un poco a alguna fórmula opositora para no ganar por tanta diferencia.

De lo que sí estoy harto es del periodismo que se pregunta, como si lo tomara de sorpresa, si este oficio se ejerce como militante o como independiente. Eso les resulta extraordinario: como si al ornitorrinco le resultara raro el ornitorrinco. Al ornitorrinco lo que le resultaría extraordinario es mirarse en el lago y verse como si fuera Fontevecchia, fantaseándose que no es él sino un hipotético espécimen de periodismo independiente. El ornitorrinco no es boludo: sabe que es feo, que no es el mejor animal de la Tierra, que es ornitorrinco. Como bicho bastante extraordinario.

Ordinario es el periodismo libre albedrío que se expande. El Twitter y todos los soportes de las redes sociales cunden el derrame del periodismo a solas; el del periodista que se lanza a ofrecer su relato sin editor ni patrones. Hay de todo. Cada vez más, cada abonado a la red envía su relato. No hay editor ni responsable de cuánto cada relato dice, ni de cuánto clama o proclama o difama. Burros y sabios se afanan por contar algo. No quieran prejuzgar si hay más de los primeros que de los últimos. Hasta Mauricio Macri se va a atrever a hablar por sí solo, sin ventrílocuo. Y un universo de creyentes se incorpora a la creencia o a la desmentida del relato. Se juzga por pálpito, por deseo, porque así como se creyó en los medios hegemónicos ahora se cree en los medios inasibles, o de orígenes ligeros. Lo que ya está pasando por la red es periodismo natural, espontáneo.

Son como conversaciones de pasajeros de estaciones o aeropuertos. Se hablan sin conocerse; sin garantía de identidad ni de intereses. Ya no serán las voces notorias y consagradas las que agitarán opiniones; serán los cualquiera y los nadies. Los periodistas también serán nadies. Llegará el día en que toda la humanidad emitirá y recibirá el multirrelato planetario. Desde el sillón académico al closet; desde el palacio al cuartucho; desde la decencia a lo obsceno. Tendremos la cabeza tan atravesada de relatos que sentiremos nostalgia de la época reciente en que grandes medios y agencias monopolizaban la manipulación noticiosa. Porque una implacable manipulación individual y a la vez colectiva y multitudinaria, consensuada tácitamente entre todos los relatores cundirá como el aire.

Imagino una sociedad sumida en la lectura en continuado de mensajitos, mensajes, textos que se derraman por nuestros aparatos y aparatitos. Y comentándonos entre nosotros éste o aquél o el otro, pero desesperados por habernos perdido el de aquella red, o el de aquel blog, o el de aquel tweet. Instándonos a leernos; obligándonos a atendernos. ¿Me leíste, lo leíste, lo escuchaste, lo bajaste, lo reenviaste? Y desorientados y sin retener ni recordar de quién es eso que leímos y que propagamos. Y dónde lo leímos. Venir a descubrir ahora que todos somos periodistas. ¿Pero qué acabo de decir? Periodistas no: militantes. Me pregunto si ante tanta propagación mediática alcanzará el stock de noticias. ¿O volveremos a tener que inventarlas?
Ni siquiera harán falta los embajadores norteamericanos.

Pero sí harán falta relatores lúcidos. Porque hay que observar con recelo la irrupción de puebladas como la de Soldati y su consecuencia represiva. Macri es la anécdota obvia. Pero atiéndase a la historia. Los derechos humanos, la solidaridad con los desposeídos, la inclusión paulatina son la línea de flotación del Gobierno. Justo están dándole ahí. Lo sacuden con víctimas injustificadas. En el Norte y en el Sur.

Muchos de los que se llenan la boca de exaltaciones y retóricas libertarias defienden la propiedad privada más que a sus almas. Y si encontraran a un mendigo anidando en el patio del fondo de sus casas lo sacarían a patadas. Cuiden y defiendan a los excluidos pero no apedreen ni injurien al Gobierno. Lúzcanse en el relato, pero no hagan demagogia. Miren el todo no el piojo. No es necesario enceguecerse y hundir a los rescatistas que han estado disminuyendo las consecuencias del hundimiento.

Orlando Barone «Los militares del relato infinito»
Revista Debate

Comentarios