Tras la muerte de Néstor Kirchner

Escribe Alejandro Horowickz

La muerte, en tanto hecho inapelable, impone siempre un balance. Los balances contables contraponen columnas. En política las columnas resultan un tanto obvias: fuerza propia, fuerza ajena y fuerza disponible. El balance permitió, permite revistar la propia y auscultar la ajena, y la dificultad –mas allá de lo que digan los encuestólogos– pasa por inteligir la disponible, la que selló la derrota electoral del 2008. Esa que, según pinten las circunstancias, se inclinará en una u otra dirección.

Avancemos con cautela. A nadie se le escapa que la fuerza ajena no pactará ni electoral ni políticamente con el gobierno. Si algo quedó claro a partir del conflicto campero fue la voluntad opositora de quebrantar el armado K (cosa que logró, esa fue la fecha del nacimiento político del Peronismo Federal), con un objetivo preciso: clausurar, para el ciclo histórico que arrancó en 2001, la posibilidad de elaborar otro programa del partido del Estado.

Vale la pena explicarse. Cuando se observa el ciclo que arranca en 1890 y se clausura en 1930 queda claro que la Unión Cívica Radical apenas se propuso democratizar –muy limitadamente, por cierto– la decisión política. Sólo cambió el nombre propio de los que decidían, a condición de que no decidieran demasiado distinto. Y así fue, Hipólito Yrigoyen respetó escrupulosamente la matriz agraria del capitalismo de base pampeana, y cada vez que se puso en entredicho –Semana Trágica de 1919, Masacre de la Patagonia en 1923– actuó como un defensor incondicional del partido del orden. Eso no fue todo: cuando la crisis internacional estalló, propició un arreglo con el Reino Unido idéntico al acuerdo finalmente sellado: el pacto Roca-Runciman. Por eso, pese a contar con absoluta mayoría en las FF AA –el golpe del ’30 se tuvo que dar con los cadetes del Liceo–, Yrigoyen no se defendió. Nunca se propuso gobernar contra la voluntad del bloque de clases dominantes: ese era todo “consenso” de gobernabilidad.

El ciclo que arranca tras la II Guerra Mundial le permitió al gobierno del general Perón establecer un nuevo programa del partido del Estado, una variante del Plan Pinedo, y todos los gobiernos de ese período (Arturo Frondizi, Arturo Umberto Illia, Juan Carlos Ongania y el propio Juan Domingo Perón) intentaron distintas variantes del mismo proyecto. No estoy diciendo que hayan sido iguales; digo que el rango de las diferencias recién se pondría históricamente en claro cuando Isabel Martínez de Perón sintetizara el nuevo programa del partido del Estado: Plan Rodrigo, Operativo Independencia y Misión Ivanissevich.

En última instancia, José Alfredo Martínez de Hoz –en tanto jefe civil de la dictadura burguesa terrorista de Videla, no es más que una variante de ese proyecto– y los gobiernos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa, hicieron lo propio: variantes de variantes en idéntica dirección. El estallido de 2001 nos recuerda que ese programa empujó a 20 millones de compatriotas a condiciones de existencia inenarrables, en una sociedad que disfrutó colectivamente de un piso muy superior. De la manera más impensada terminamos pareciéndonos a América Latina. Es decir, con un adentro societario mucho más pequeño que la brutal intemperie marginal del afuera. Entonces llegó Kirchner.

Sin el corset de la convertibilidad, con el viento de cola de los buenos precios agrarios internacionales, una nueva política monetaria (sin pago de los servicios de la deuda externa, a consecuencia del default), la actividad productiva comenzó a crecer a tasas chinas. La distribución del ingreso no se modificó, pero los ingresos sí. Esto es, como el producto creció, aun con la misma lógica distributiva, el quantum engordó, y el consumo popular tonificado permitió que el mercado interno se ampliara. Era una situación ideal, nadie se sentía lastimado y una enorme porción de la sociedad vivía mejor. Pero ese tramo se agotó, al tiempo que emergía una nueva crisis del mercado mundial, con un añadido: estalla en 2008, pero es muy anterior a esa fecha.

El país que surge de las nuevas condiciones tiene un modelo productivo espontáneo: el monocultivo sojero. En ese punto estamos. El conflicto por las retenciones agrarias móviles, la 125, mostró la posibilidad y las dificultades para elaborar un nuevo programa del partido del Estado. El bloque campero no sólo se opuso a las retenciones, sino que sobre todo se opone a un nuevo modelo productivo. Quieren consumir la renta agraria en el mercado financiero internacional, no financiar un nuevo programa del partido del Estado.

Es decir, abandonar la depredación de nuestras riquezas naturales –imposible de evitar en las actuales circunstancias– requeriría otro nivel de diversificación económica: agro industria, producción de máquinas herramienta para la agroindustria, mediante un acuerdo estratégico a dos puntas: los países del bloque sudamericano, y China. O, mejor aun, el BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Dicho de otro modo: integrarse al BRIC. Para la oposición realmente existente ese ni siquiera es un punto del temario.

Volvamos al comienzo. La muerte de Néstor Kirchner deja a la oposición sin punto unitivo. Al menos por un cierto período. Como la fecha electoral está demasiado próxima, la posibilidad de virar se achica. El peronismo federal corre el serio riesgo de implosión, sobre todo si no logra contener a Mauricio Macri. Para la sociedad argentina, Eduardo Duhalde es, sobre todo, el hombre que gestó la posibilidad K; miles de spots televisivos se lo recordaron hasta el cansancio durante las últimas horas. Y las consecuencias van de suyo: muy difícilmente Duhalde obtenga el respaldo del segmento enfurecido del electorado. Y ese es el núcleo duro, los votantes de la doctora Carrió. Al tiempo que nadie cree seriamente que pueda encabezar la oposición y llegar a la segunda vuelta; y esperar que esa aptitud que no posee Carrió integre la farmacopea de la vieja UCR suena un tanto desproporcionado; por tanto, aunque el segmento electoral no kirchnerista puede ser cuantitativamente más grande que el oficialismo, carece de capacidad de articulación política. Y esa es la verdadera novedad de la política nacional.

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