Víctimas de la mentira


Los hijos de Ernestina Herrera de Noble, Marcela y Felipe, decidieron romper el silencio dos días después de que las Abuelas de Plaza de Mayo, las mujeres que más han hecho por la recuperación de la identidad, fueran oficialmente nominadas al Premio Nobel de la Paz. La solicitada, publicada en varios medios nacionales, abunda en una serie de inexactitudes que las notas publicadas en esta edición de Buenos Aires Económico, firmadas por Eduardo Anguita y Horacio Aranda Gamboa, se encargan de aclarar.

El escrito rubricado por Marcela y Felipe Noble Herrera comienza diciendo: “Escuchamos, vemos y leemos cosas que no son ciertas”. Les asiste la razón, claro, si escuchan, ven y leen a los medios del Grupo Clarín, que según el editor general del matutino, Ricardo Kirschbaum, se encuentra “en guerra” contra el Gobierno. Lo que debería saber este prestigioso periodista –si se tiene en cuenta que fue uno de los autores de aquel excelente libro Malvinas, la trama secreta– es que en toda guerra hay algo que nunca cuenta: el ser humano.

De eso se trata todo esto: de seres humanos. Marcela y Felipe son, antes que nada, víctimas. Desde hace muchísimos años. Víctimas del terrorismo de Estado, víctimas de la impunidad, víctimas de la mentira, víctimas de un poderoso grupo editorial que todavía los usa como botín de guerra. El problema de todo esto es que ellos no se dan cuenta y al defender a su madre adoptiva (para las Abuelas, apropiadora) se atacan a sí mismos.

Precisamente por ser víctimas es que pueden decir lo que publicaron ayer: “Nos sentimos maltratados y no queremos que nos lastimen más”. Cómo no entenderlos si hace más de treinta años que conviven con la mentira, a pesar de que digan que Ernestina Herrera “siempre nos habló con la verdad”.

“Nuestra identidad viene siendo manoseada por intereses políticos, ajenos a nosotros.” ¡Pero por supuesto! Su identidad fue violentada, no sólo manoseada, y ahora es escondida. Marcela y Felipe dicen que “nunca tuvimos ningún indicio concreto de que podamos ser hijos de desaparecidos”. Bueno, tal vez hayan tenido el buen tino de no leer el diario cuya dueña es su madre, que admitió en las propias páginas de Clarín que había charlado con Marcela y Felipe sobre la posibilidad de que ellos fueran hijos de desaparecidos.

En referencia a las familias que buscan a sus sobrinos y nietos, los Noble Herrera sostienen que no entienden por qué “estas familias nunca aceptaron la realización del análisis”. Deberían saber que estas familias sólo quieren atenerse a la ley y, principalmente, quieren saber la verdad. Si estas familias no se atienen a lo que marca la ley, que dice que estos análisis deben realizarse en el Banco Nacional de Datos Genéticos, tal vez nunca conozcan la verdad .

El problema radica acá en que a Marcela y a Felipe les trastrocaron el valor de la verdad, les enseñaron que la verdad es lo que ellos dicen, no lo que marca la ley. Por eso pueden llegar a afirmar: “tampoco queremos ser víctimas de una manipulación en los análisis genéticos”. Por si el lector no lo sabe, están hablando del Banco Nacional de Datos Genéticos, un organismo reconocido por el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Marcela y Felipe creen, de este modo, que el organismo que llevó a identificar a decenas de chicos apropiados, en el caso de ellos podría rifar todo su prestigio apelando a “modalidades y condiciones que no nos ofrecen garantías de seguridad e imparcialidad”.

Si, como dicen, “siempre creímos en la Justicia y por eso nos mantuvimos en ese ámbito”, ¿por qué creen que el Gobierno los persigue? No vamos a ser tan ingenuos de negar acá el enfrentamiento que Clarín mantiene con el Ejecutivo, pero quedamos expuestos ante el dilema de creerle al Gobierno que impulsó la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final o al grupo que todos los días miente desde sus medios.

La solicitada que ayer firmaron Marcela y Felipe Noble Herrera es, sencillamente, conmovedora. Pero no por las falsedades que allí se vierten (seguramente aconsejados por algún abogado amigo de las mentiras), sino porque nos muestra en carne viva el drama argentino que comenzó aquella noche negra de 1976 que todavía no terminó. Y porque todavía no terminó es que más de treinta años después seguimos buscando a nuestros hijos, padres, nietos, sobrinos, hermanos. En la solicitada, Marcela y Felipe mienten, sí, pero lo hacen porque son víctimas. Todos lo somos. Por eso los entendemos, pero no los justificamos.

Nos vemos,

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