RETENCIONES Y CRECIMIENTO

UN NUEVO MODELO AGRÍCOLA

La década de 1990 implicó la profundización del patrón económico de apertura y valori-zación financiera. En este marco, se llevó a cabo una serie de medidas de desregulación de la producción agropecuaria y del comercio interno e internacional, que transformaron a este sector en uno de los más abiertos del mundo. Los principales organismos del Es-tado encargados de la orientación y supervisión de las distintas actividades agropecuarias y agroindustriales –entre ellos la Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de Carnes– fueron disueltos o desarticulados. También se eliminaron las políticas regulatorias de fijación de cuotas de producción y de garantía de precios mínimos para los productores. Por diversos factores, a mediados de ese decenio la tendencia hacia la contracción se detuvo.

El sector agropecuario inició este nuevo ciclo de crecimiento, pero ahora en una situación novedosa, marcada por la salvaje desregulación. El fuerte aumento de los precios de los productos agrícolas de exportación en un primer momento, y la difusión de la soja transgénica después, implicaron un significativo aumento en la rentabilidad de las producciones agrícolas, que se plasmó en una enérgica expansión de la superficie culti-vada con cereales y oleaginosas, que pasó de los 21,2 millones de hectáreas en la cam-paña 1994/95 a los 27,1 millones de hectáreas en 2001/02.

Esta expansión se explica mayormente por la soja, que representa un 95,5% de dicho incremento. La incorporación de un nuevo paquete tecnológico a la producción sojera mediante el uso de semillas transgénicas, herbicidas a base de glifosato y procesos de siembra directa permitió un notable aumento de la rentabilidad. Si bien la soja genéti-camente modificada no incrementa sustancialmente el rendimiento por hectárea, permite una notable reducción de los costos a través de las menores tareas de desmalezamiento y la mayor facilidad en la siembra. A su vez, la intensificación en el aprovechamiento de las economías de escala condujo a la desaparición de los productores de menor tamaño.

Entre 1988 y 2002 disminuyó en 81.000 el número total de explotaciones agropecuarias. Asimismo, se generalizó el contratismo e hicieron su aparición los fondos de inversión agrícola y los pools de siembra, que operan sobre el arrendamiento de la tierra y permi-ten la incorporación de capitales extra sectoriales. La aparición de estos fondos puso en evidencia la profunda transformación que estaba aconteciendo en esos años en la pro-ducción agropecuaria, fundamentalmente pampeana, en donde el sector ya no expulsaba recursos sino que absorbía los excedentes financieros generados por el conjunto de la economía.

La expansión de la superficie sojera, sin embargo, no se tradujo sólo en un desplaza-miento de otros cultivos o de la ganadería. La existencia de áreas no sembradas como consecuencia de la preeminencia de las colocaciones financieras por sobre las productivas determinó la posibilidad de expandir notoriamente la producción sin reducir abrup-tamente las superficies destinadas a otros usos. En efecto, la evolución de los otros dos cultivos tradicionales de nuestro país (trigo y maíz) muestra que la superficie empleada en dichas producciones no se contrajo durante la década de 1990, sino que se expandió levemente. Más allá del aprovechamiento de superficies no utilizadas, la expansión de la superficie sojera implicó también la extensión de la frontera agrícola hacia tierras antes no cultivadas, el desplazamiento de algunos cultivos regionales tradicionales y el de la ganadería. Resulta paradójico que una de las mayores etapas de expansión de la pro-ducción agrícola en nuestro país se haya registrado en el contexto de la peor crisis económico-social de la historia.

Al tiempo que el país y los trabajadores se hundían en la miseria, en el campo florecía un nuevo modelo de explotación. Mientras que el Producto Bruto Interno (PBI) se reducía en un 8,4% en el período 1998-2001, la producción de cereales y oleaginosas pasaba desde los 53 millones de toneladas a más de 61 millones en 2001, lo que pone en evidencia la elevada rentabilidad de la producción agropecuaria en dicho período, a pesar de la existencia de un tipo de cambio notoriamente sobrevaluado y una economía en recesión.

EN LA POST-CONVERTIBILIDAD.

El colapso del régimen de convertibilidad a fines de 2001 y el mantenimiento por parte de las autoridades económicas de un tipo de cambio alto supuso un significativo incre-mento adicional en la rentabilidad de la producción agropecuaria. Los márgenes brutos por hectárea prácticamente se duplicaron con respecto a los vigentes anteriormente, primero por la devaluación de la moneda y luego por el fuerte aumento del precio de los productos primarios en el mundo. La reestructuración del campo avanzaba con viento de cola. La extraordinaria recuperación de la rentabilidad de la producción agrícola y ganadera tuvo lugar a pesar de la aplicación de retenciones a las exportaciones. De esta forma queda claro que la aplicación de este gravamen se sustenta en las excepcionales condiciones agro-ecológicas en que se desarrolla esta actividad en nuestro país, que permiten obtener tasas de rentabilidad extraordinarias.

Mirando más de cerca la evolución del sector, se observa que lejos de ser una maldición, las retenciones no llegaron a afectar la dinámica de la inversión y el crecimiento agrario. Por el contrario, la superficie destinada a la producción de cereales y oleaginosas continuó la expansión registrada desde mediados de los '90, pasando desde los 26,3 millones de hectáreas en la campaña 2000/01 a más de 30 millones de hectáreas en 2006/2007. Este proceso se reflejó –a su vez– en un incremento en los volúmenes de producción, que pasaron de 67 millones de toneladas a cerca de 94 millones de toneladas en dicho período, fruto del aumento tanto de la superficie sembrada como de los rendimientos por hectárea.

Pero este nuevo modelo no beneficia a todas las producciones ni a todos los productores por igual. Si bien tanto los márgenes agrícolas como los ganaderos se incrementaron significativamente en los últimos años, este proceso no fue homogéneo entre las distintas producciones (2). La mayor rentabilidad relativa de la producción agrícola, y en particular la sojera, ha conducido a la persistencia del desplazamiento de la actividad ganadera fuera de la zona núcleo de la región pampeana. Es más, en los últimos años se registraron elevados niveles de faena, tendencia que estaría indicando la presencia de una aguda fase de liquidación de stocks ganaderos.

A su vez, en el interior de la producción agrícola la elevada rentabilidad de la soja ha determinado el desplazamiento de algunos cultivos regionales. En el caso de la produc-ción algodonera de la provincia del Chaco este fenómeno ha sido muy intenso. La su-perficie sembrada con algodón, que promedió las 438.000 hectáreas durante la vigencia de la convertibilidad, se redujo a 158.000 tras el colapso de dicho régimen, en tanto que la superficie sojera pasó de 167.000 hectáreas a 689.000 hectáreas en idéntico período.

Más allá de las particularidades regionales y de cada cultivo, la elevación de los niveles de rentabilidad en la producción agropecuaria se ha traducido en un importante incremento del valor de la tierra, y –por ende– ha implicado una significativa ganancia patrimonial para los propietarios. La prevalencia de bajas tasas de interés en los mercados financieros local e internacional incentivó también la compra de tierras, reforzando la tendencia hacia el incremento de su precio.

Concretamente, en estos últimos años el alza del valor de la tierra en la zona núcleo de la región pampeana ha sido extraordinario, alcanzando por ejemplo en 2007 en la zona maicera de la provincia de Buenos Aires 9.100 dólares por hectárea, valor notoriamente superior al registrado durante la vigencia del régimen de convertibilidad, en donde pro-medió los 3.200 (3) dólares por hectárea. Así, los propietarios de tierras (los tradicionales "terratenientes"), sean grandes o pequeños, nacionales o extranjeros, se beneficiaron de un sustancial incremento patrimonial en dólares, precisamente en una época en que el eje de la política económica consiste en sostener un dólar caro.

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